
En una idílica colina de la campiña romana, a solo una hora de la ciudad eterna, pero lejos de los focos que atrae la sucesión del papa Francisco, se levanta Viterbo. Esta tranquila ciudad medieval de unos 60.000 habitantes fue el escenario, hace 800 años, del cónclave más largo y probablemente el más turbulento de la historia.
En 1268 los cardenales electores acudieron a la urbe, entonces sede papal, profundamente divididos. El cónclave se alargó 33 meses, 1.006 días, —muy lejos de los últimos encuentros, que no han durado más de dos o tres jornadas—, para desesperación de los ciudadanos de Viterbo, preocupados por la imagen que daba de su ciudad y de la cristiandad este agrio debate para elegir al líder del catolicismo.
Entonces, los cónclaves no eran como los actuales: los cardenales no estaban aislados y solo se reunían para votar. El resto del día hacían vida por la ciudad, comían y dormían fuera, y también recibían presiones.
Para evitarlo, y para lograr así que terminara un encuentro que se eternizaba, las autoridades civiles tomaron medidas drásticas: un año y medio después del inicio de la elección, encerraron a los religiosos bajo llave, les racionaron la comida y les retiraron incluso el techo del Palacio de los papas, el edificio en el que se reunían, exponiéndoles a las inclemencias del tiempo.
“Es una historia tan extraña y surrealista que si la hubiera inventado un guionista de cine lo hubiéramos considerado exagerado“
“A más incomodidad, más velocidad”, era la idea detrás de la decisión, explica el arqueólogo Francesco Aliperti en una visita a la llamada “Aula del Conclave” de este palacio. “Es una historia tan extraña y surrealista que si la hubiera inventado un guionista de cine lo hubiéramos considerado exagerado”, bromea.
El techo del Palacio de los papas, retirado en el siglo XIII, con su aspecto actual (reconstruido en el siglo XV) Á. CABALLERO
Dos cardenales enfermos y uno muerto
La situación era tan extrema que de los 19 cardenales que se reunieron en Viterbo dos enfermaron y uno murió. Es este último hecho el que ha permitido conocer la historia de este desastroso cónclave. Los purpurados solicitaron a las autoridades de la ciudad “libertad de salida inmediata” debido al grave estado de salud de uno de ellos.
El pergamino en que escribieron esto, que se conserva en el palacio a día de hoy, hace referencia a que se escribió en el palacio “descubierto”, lo que confirma el hecho de que retirara el techo de este salón. “Fue un conflicto entre las autoridades civiles y las religiosas”, explica el arqueólogo italiano.
El pergamino que hace referencia al palacio “descubierto”, con los sellos de los cardenales electores Á. CABALLERO
También se cuenta que los cardenales, para protegerse de la intemperie, montaron algo similar a tiendas de campaña con sus hábitos, y hay marcas en el suelo en las que supuestamente se reconocen los lugares en los que estuvieron estas protecciones, aunque de ello no hay evidencias históricas.
El nuevo papa impone la actual fórmula del cónclave
A pesar de estas medidas, los cardenales siguieron reunidos un año más. No fue hasta el 1 de septiembre de 1271 cuando lograron un acuerdo a través de la fórmula del compromiso: delegaron sus votos en seis purpurados que fueron los que eligieron al próximo papa. El elegido no era uno de ellos, sino Teobaldo Visconti, enviado pontificio a Tierra Santa.
Como hubo que ir a avisarle y él tuvo que venir desde San Juan de Acre —actualmente en Israel—, no fue hasta marzo de 1272 cuando por fin fue nombrado papa, con el nombre de Gregorio X. Entonces no había fumata blanca, ya que se votaba a mano alzada, pero la buena nueva se comunicó al pueblo de Viterbo, aliviado, a través de la balconada del palacio, a donde salió a saludar el nuevo pontífice.
Balcón del Palacio de los papas donde se comunicó la elección de Gregorio X Á. CABALLERO
Solo dos años después, y para evitar repetir esta desgraciada historia, Gregorio X sentó las bases del cónclave moderno con la bula “Ubo periculum” en la que especificaba que los electores debían ser encerrados en lo sucesivo bajo llave —del latín cum clave—, del mismo modo que a los cardenales que le habían designado a él, para así evitar interferencias externas.
Además, estipuló que la comida se reduciría cada cuatro días hasta que nombraran a un nuevo pontífice. A partir del tercer día, se daría una sola comida y desde el octavo, a pan y agua, según recoge el libro Cónclave: las reglas para elegir un nuevo papa, del periodista español Javier Martínez-Brocal y el sacerdote mexicano José de Jesús Aguilar.
Con este texto “escribe las reglas del cónclave en base a la experiencia pasada”, según Aliperti, unas reglas “relajadas” con el paso de los siglos, aunque “el grueso de la normativa actual viene de ahí”. Desde entonces, muchos papas han ido modificando las reglas, y las actuales las impuso principalmente Juan Pablo II en 1996 con su constitución apostólica Universi Dominici Gregis.
Disputas terrenales para la cabeza de la Iglesia
El origen de la disputa estaba en que los cardenales estaban divididos entre quienes apoyaban al francés Carlos de Anjou, entonces rey de Sicilia y con control territorial de buena parte del sur de Italia, y quienes defendían al Sacro Imperio Romano-Germánico, potencia dominante en el norte de la península. A ello se sumaban otras rivalidades familiares y personales. La ciudad se llenó de emisarios de los distintos monarcas, cada uno empujando a su favor.
El resultado fue una victoria parcial para los profranceses, ya que eligieron a uno de los suyos, aunque se trató de una solución “de compromiso”, según Aliperti, ya que era una personalidad externa a la curia e italiano, no francés.
Aunque el sucesor de San Pedro es un guía espiritual, durante siglos también ha sido una importante pieza del ajedrez geopolítico europeo. De hecho, poco después de aquella elección, nacieron los Estados Pontificios, el dominio territorial del papado que se extendía por buena parte de Italia.
Un ritual antiguo en un mundo moderno
Hoy en día, como ya es sabido, las elecciones papales tienen lugar en la Capilla Sixtina —así viene siendo desde el siglo XV— y se comunican a través de la fumata blanca. Pero el secreto y el aislamiento del cónclave, hoy garantizados a pesar de la irrupción de la tecnología, encuentran su origen en Viterbo.
La segunda sede papal tras Roma, a donde huyeron los papas por la inseguridad, insalubridad y luchas de poder que atenazaban a la antigua capital del Imperio, acogió a ocho pontífices en aquellos años. Entonces. Viterbo y Roma tenían una población similar, de apenas 30.000 o 40.000 habitantes. Con el tiempo —y gracias en gran parte a recuperar la capitalidad de la cristiandad—, Roma creció hasta ser lo que es ahora, mientras que Viterbo se mantuvo con una población similar.
A día de hoy, sin embargo, los viterbeses mantienen el orgullo de haber doblegado —en parte— a los poderosos cardenales, representantes a su vez de las grandes potencias europeas. El Palacio de los papas, junto a la catedral y el resto de monumentos de su imponente centro histórico, atraen a unos 50.000 visitantes al año, explica Aliperti.
El Palacio de los papas de Viterbo, este sábado 3 de mayo Á. CABALLERO
A unos 100 kilómetros, la Basílica de San Pedro acoge el mismo número de turistas pero diariamente. La atención será aún más multitudinaria durante el cónclave que comenzará el próximo 7 de mayo y que, aunque se desconoce su duración, se sabe al menos que no llegará al récord de los dos años y nueve meses de aquel histórico encuentro del siglo XIII.