
Eddy Merckx, dicen, atacaba hasta debajo de las pancartas de las fiestas de los pueblos por donde pasaban las carreras. Su espíritu competitivo estaba fuera … de toda duda. En la decimosegunda etapa del Giro de 2025, Del Toro también ataca bajo cualquier pancarta, y como el fenómeno belga, se responde a sí mismo, como el miércoles, cuando arrancó tras Carapaz: «No me di cuenta que no llevaba a nadie del equipo a rueda, lo hice sin pensar. Después he decidido parar y que fuéramos todos juntos a meta, que era lo mejor para el equipo».
Un día más tarde, en una jornada diseñada para los llegadores, Del Toro arranca para rebañar dos segundos de bonificación, mientras mira hacia atrás, como los seis de la etapa anterior, o los que sumó en Tagliacozzo el día que ganó Juan Ayuso, al que todavía le duele la rodilla, «a ver si en estos días se cura», y pasa unos minutos de apuro cuando una avería le hace parar cuando más acelerado está el pelotón por el empuje de Pedersen, que busca tumbar la fuga.
Hay poco que ganar, salvo Del Toro con sus bonificaciones, como si quisiera recuperar, tacita a tacita, el tiempo perdido en la lluviosa contrarreloj de Pisa. Está un poco vinagre Ayuso en la salida de Módena, cuando le preguntan los periodistas por las comparaciones en carrera con Del Toro, y contesta que eso hay que preguntárselo a Matxin, tal vez mosqueado porque la ambición del mexicano le tiene un poco descolocado, como desconcertaba Merckx, salvadas las diferencias, a Gimondi, Anquetil o Pérez Francés, que era líder cuando vio al clasicómano hasta entonces, empezar a convertirse en el ciclista total.
Temen los ciclistas al viento mientras recorren los Calanchi di Quattro Castelli, esas formaciones de suelo arcilloso con aspecto lunar, aunque rodeadas de verdor, al atravesar las rutas de Reggio Emilia. Pero el viento no llega, y la lluvia que amenaza con nubes oscuras no cae, o ha caído horas antes y ha dejado algunos charcos que no son un peligro. Buscan refugio los líderes detrás de sus capitanes, y dejan hacer a quienes tienes intereses en la victoria de etapa, entre ellos el Visma, que está a punto de pintar una obra de arte en los dos kilómetros finales.
Se ven tres maillots amarillos y negros en la parte izquierda de la calzada, que avanzan incluso saliendo al arcén. Son Edoardo Affini, Wout van Aert y Olaf Kooij, que se abren paso al abrigo del pelotón, hasta que, al pasar por el cartel de los 1.500 metros a meta, el italiano por fin se pone en cabeza para recibir todo el viento en la cara. Circula con la potencia de un percherón y la velocidad de un caballo de carreras. Kooij pierde la línea, pero la recupera cuando Van Aert toma el relevo a su compañero y comienza a ejecutar una sinfonía vivace, con su descomunal pedaleo. Arrastra con su rebufo a Kooij, llega la última curva, a 400 metros de la línea de meta; se abre a la izquierda Van Aert para girar ajustado a la derecha, sin perder la cabeza, en un movimiento armonioso que pone al grupo en fila india. Sigue hasta la pancarta de los 200 metros y se retira para dejar el último arreón a su compañero, que remata una faena espectacular.
Responderse a sí mismos
«Solo él puede hacer un lanzamiento tan largo», confiesa Kooij admirado. «Estaba deseando que llegara esta victoria, porque en los dos sprints anteriores no salió todo como queríamos». Fiesta para el Visma en Viadana, la Lombardía, a orillas del Po y con las montañas ya muy cerca.
Todavía queda llegar a Vicenza este viernes y a Nova Gorizia el sábado, para después encadenar una semana en la que las cimas separarán el grano de la paja, y donde se verá si, como en el caso de Eddy Merckx, hace 60 años, el Giro empieza a descubrir una estrella como Del Toro, o se decanta por opciones más clásicas como Ayuso o Roglic. Todos, como Merckx, tendrán que responderse a sí mismos.