
La pasada madrugada, Vladimir Putin ofreció una rueda de prensa que solo cabe calificar de sorprendente. No solo por la hora, sino sobre todo por el mensaje: Rusia está dispuesta a sentarse directamente con Ucrania para entablar negociaciones de paz, algo que hasta la fecha había rechazado. ¿A qué se debe este cambio de postura del Kremlin?
En un discurso en el que apenas podía disimular su desdén hacia el gobierno ucraniano, el mandatario ruso afirmó que “Moscú ha presentado repetidamente iniciativas para un alto el fuego, pero Kiev las ha saboteado”, y arremetió contra las fuerzas ucranianas por los “ataques a gran escala del 6 al 7 de mayo” a pesar de la propuesta de alto el fuego de tres días que el Kremlin había decretado unilateralmente para intentar salvaguardar las celebraciones del Día de la Victoria del 9 de mayo. Aunque Putin insistió en que todos los intentos de atacar territorio ruso en esos días fueron repelidos, carecieron de relevancia militar y se saldaron con grandes pérdidas para el enemigo, el corazón del mensaje estaba claro: el gobierno ruso quiere iniciar conversaciones directas con su enemigo “sin condiciones previas”.
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“Nos gustaría empezar inmediatamente, el próximo martes, 15 de mayo, en Estambul, donde ya las mantuvimos anteriormente y donde fueron interrumpidas”, dijo Putin, insistiendo en que las negociaciones deben “eliminar las causas de raíz del conflicto” y “lograr el establecimiento de una paz duradera y a largo plazo”. Horas más tarde, su asistente en el Kremlin Yuri Ushakov ha declarado que la intención rusa es retomar las conversaciones a partir de los resultados ya alcanzados en la negociación en la misma localidad turca en 2022, y de la “situación actual sobre el terreno”.
La pregunta es: ¿por qué ahora?
Recuperar la iniciativa
La primera explicación podría ser que Rusia está intentando enturbiar el panorama con una oferta que en realidad carece de sinceridad. Es una de las especialidades de la política exterior rusa: aceptar un marco diplomático con el supuesto propósito de solucionar un problema para después insistir en nuevas condiciones, bloquear cualquier implementación real, manipular a las instituciones internacionales para que adopten medidas que beneficien los intereses de Moscú y acusarlas de sesgos antirrusos cuando no lo hacen, y básicamente ir ganando tiempo mientras sus acciones reales sobre el terreno contradicen su retórica “negociadora”, pero van dando forma al entorno a su favor. El conflicto del Donbás desde el 2014, y la guerra de Siria en esos mismos años, ofrecen numerosos ejemplos de manual sobre este comportamiento.
De hecho, la mención de Ushakov a los “resultados de 2022” supone un mal signo para Kiev: aunque en aquel momento se lograron importantes avances, las negociaciones se rompieron cuando quedó claro que Rusia estaba tratando de imponer un desarme casi total de Ucrania que la dejaría prácticamente indefensa ante otra futura invasión rusa, así como que el gobierno ucraniano reconociera la soberanía rusa sobre las repúblicas del Donbás y Crimea. La gota que colmó el vaso fue el descubrimiento de la matanza de civiles que el ejército ruso había cometido en la localidad de Bucha antes de retirarse.
Por eso, la respuesta automática del gobierno ucraniano ha sido exigir un alto el fuego inmediato para demostrar que Rusia va en serio. “No tiene sentido continuar la matanza ni un solo día. Esperamos que Rusia confirme un alto el fuego —completo, duradero y fiable— a partir de mañana, 12 de mayo, y Ucrania está lista para el encuentro”, ha tuiteado el presidente Volodimir Zelenski.
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Un alto el fuego de 30 días es, de hecho, una de las demandas de la misión europea que estos días se ha plantado en Kiev para respaldar a Zelenski. Una exigencia que el Kremlin ya había rechazado. El portavoz del Kremlin había respondido que Rusia “tiene que pensar” sobre la propuesta y “se resiste a cualquier tipo de presión”. Y aunque algunos observadores habían especulado con que tal vez Putin podría extender la tregua que había decretado por los tres días de las celebraciones de la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, el líder ruso no ha dado ningún paso en ese sentido. Eso sí, en su discurso de esta madrugada mencionó que Rusia podría estar abierta a ello como parte del marco negociador. “No excluimos que durante estas negociaciones podamos acordar nuevos ceses del fuego”, declaró.
Los próximos gestos señalarán si el Kremlin, que sin duda busca recuperar la iniciativa con esta propuesta de negociación, es sincero o se trata una vez más de empantanar las aguas en beneficio propio.
Dinámicas cambiantes
Otro posible motivo es que las celebraciones del Día de la Victoria, que debían haber sido la gran fiesta propagandística del putinismo, han sido en cierta medida un fiasco, con la creciente flota de drones ucranianos castigando objetivos en diferentes lugares de Rusia, aprovechando su desprotección después de que el Kremlin hubiese movido casi todas las defensas aéreas a Moscú. Esta amenaza no solo forzó el bloqueo de gran parte del espacio aéreo ruso, dejando a miles de viajeros varados, sino que llevó a algunos líderes internacionales a cancelar su asistencia al desfile en la capital rusa.
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Giovanni Pigni. San Petesburgo (Rusia)
Pero esas grietas en la imagen de fuerza que Rusia trata de proyectar en todo momento reflejan además algunos cambios estructurales en las dinámicas de la guerra, de los que el Kremlin tiene que ser necesariamente consciente: problemas crecientes en la economía rusa -derivados de la caída del precio de los hidrocarburos y sobre la que pende la probable imposición de nuevas sanciones terciarias por parte de EEUU que castigarían a cualquiera que siga haciendo negocios con Moscú-, y un ritmo insostenible de pérdidas de hombres y equipos en el frente. Pese a que el ejército ruso está poniendo toda la carne en el asador para poder seguir conquistando pequeñas localidades y demostrar que “Rusia sigue avanzando”, un cálculo reciente muestra que al ritmo actual necesitaría hasta el año 2.256 para tomar toda Ucrania, a un coste de 101 millones de bajas.
La tercera clave hay que buscarla en Occidente. Hasta ahora, el gobierno ruso ha insistido en que solo tenía sentido negociar directamente con EEUU, alegando la supuesta condición de vasallos y subordinados tanto de Ucrania como de Europa. Sin embargo, la marginación deliberada de ambos ha tenido el efecto contrario al buscado, provocando no solo una redoblada movilización europea en apoyo de Kiev, sino también el inicio de un proceso de rearme del continente. En ese sentido, la visita de cuatro de los principales líderes europeos -el británico Keir Starmer, el francés Emmanuel Macron, el alemán Friedrich Merz y el polaco Donald Tusk- a la capital ucraniana pretendía enviar el mensaje de que, lejos del agotamiento pronosticado por algunos y esperado por Moscú, Europa tiene intención de seguir respaldando a Ucrania el tiempo que sea necesario.
EEUU, a punto de tirar la toalla
Pero además, aún más problemático para Rusia es el hecho de que la ‘carta Trump’ no ha salido como esperaban. El presidente estadounidense, más preocupado ahora por la política interior de EEUU que por la internacional y necesitado de apuntarse algún tanto doméstico en un frente económico que hace aguas por muchos sitios, está presionando con éxito a Arabia Saudí para que mantenga bajo el precio del crudo, con resultados devastadores para las finanzas rusas.
Además, los norteamericanos parecen estar perdiendo la paciencia ante la intransigencia de Rusia, cuyas demandas para poner fin a la guerra siguen siendo prácticamente las mismas que al principio de la invasión. Incluso los actores más prorrusos del nuevo ejecutivo estadounidense, como JD Vance, señalan ahora públicamente que Moscú está resultando ser un interlocutor mucho más difícil que Kiev. En consecuencia, representantes del gobierno estadounidense ya han anunciado su intención de abandonar los intentos de mediación en Ucrania si no se alcanzan resultados inmediatos.
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Fermín Torrano. Kramatorsk (Ucrania)
Washington no solo se retiraría sin cumplir con las numerosas concesiones ofrecidas a Putin sin pedir casi nada a cambio, como el reconocimiento de Crimea y otros territorios como parte de Rusia, o el levantamiento de las sanciones internacionales, sino que podría adoptar algunas acciones de represalia, como el ya mencionado paquete de sanciones preparado por el senador Lindsey Graham con apoyo bipartidista. La medida, que castigaría a aquellos países que continúen comprando hidrocarburos y otros productos rusos, como uranio, podría suponer una auténtica bomba atómica para la ya maltrecha economía rusa, que depende de estas ventas a terceros países para su estabilidad. Así, la ‘espantada’ estadounidense tiene que haber hecho saltar todas las alarmas en el Kremlin, que tiene que ofrecer algo si espera seguir manteniendo la benevolencia de algunos sectores en la Casa Blanca.
Quizá la explicación a este cambio de postura de Putin sea una combinación de varios de los motivos anteriores, o de todos. En cualquier caso, de repente la posibilidad de una verdadera negociación está sobre la mesa, y todos los ojos van a estar puestos sobre Moscú para tratar de que sea un proceso real y no un mero juego de espejos, como en tantas ocasiones anteriores.